Está de pie Don Astolfo antes de que cante el gallo. Mientras cuela el café observa por la ventanilla a dos borrachos reposados en una pared, abrazados fuertemente a su botella de cocuy.
Corretea Don Astolfo en alpargata a unas
gallinas que intentan entrar a la casa, mientras el olor del café se mezcla con
el de la humedad guardada en las viejas paredes de bahareque.
Saborea el café sentado en el chinchorro,
mientras observa una caña brava en el techo como diciéndole que ya no aguanta
más. - ¡Hay carai! Que un día de estos me lo tira encima el techo el aguacero y
yo ni me entero.
Junta Don Astolfo unos frijoles cuando le hace
levantar la mirada las picaras
carcajadas de unas muchachas que juguetean al caminar. – Ya las veo correteando
mocosos por la calle. No es que sea Don Astolfo adivino, es solo la misma historia
repetida con diferencia de rostros y un poco en edades, pero todas
circunstancias similares.
Cae la noche y se apaga la vela. Una araña inicia
su paciente trabajo en el mecate que sujeta el chinchorro y que soporta el peso
que deja caer Don Astolfo. Recuerda cada noche al recostarse, que justo ese fue
el último chinchorro que tejió Doña María poco antes de morir.
Duerme la noche Don Astolfo con el recuerdo
de Doña María dibujado en su cara. Ya no lo despiertan los perros que ladran en
la madrugada, ni el palo de agua que amenaza con derrumbar la casa, tampoco se
entera ya de la inminente crecida del rio que en sus entrañas lo arrastrara.
Fotografía: Natalí Robles
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