martes, 4 de octubre de 2011

Don Astolfo



Está de pie Don Astolfo antes de que cante el gallo. Mientras  cuela el café observa por la ventanilla a dos borrachos reposados en una pared, abrazados fuertemente a su botella de cocuy.



Corretea Don Astolfo en alpargata a unas gallinas que intentan entrar a la casa, mientras el olor del café se mezcla con el de la humedad guardada en las viejas paredes de bahareque.


Saborea el café sentado en el chinchorro, mientras observa una caña brava en el techo como diciéndole que ya no aguanta más. - ¡Hay carai! Que un día de estos me lo tira encima el techo el aguacero y yo ni me entero.

Junta Don Astolfo unos frijoles cuando le hace levantar  la mirada las picaras carcajadas de unas muchachas que juguetean al caminar. – Ya las veo correteando mocosos por la calle. No es que sea Don Astolfo adivino, es solo la misma historia repetida con diferencia de rostros y un poco en edades, pero todas circunstancias similares.

Cae la noche y se apaga la vela. Una araña inicia su paciente trabajo en el mecate que sujeta el chinchorro y que soporta el peso que deja caer Don Astolfo. Recuerda cada noche al recostarse, que justo ese fue el último chinchorro que tejió Doña María poco antes de morir.

Duerme la noche Don Astolfo con el recuerdo de Doña María dibujado en su cara. Ya no lo despiertan los perros que ladran en la madrugada, ni el palo de agua que amenaza con derrumbar la casa, tampoco se entera ya de la inminente crecida del rio que en sus entrañas lo arrastrara.

Fotografía: Natalí Robles



lunes, 3 de octubre de 2011

Ernesto




Ernesto piensa que es un pez, será porque siempre se ha sentido como flotando en el agua. No entiende bien por qué siempre esta estático, por qué no se mueve, ni aletea, por qué solo flota. En especial no entiende por qué todo se ve igual y porque no lo acompañan otros peces en su mar.

Ahora que Ernesto ha crecido un poco más, entendió que su casa en realidad es una piscina y se ha convencido de que otros están por llegar, porque siempre escucha voces que lo llaman por su nombre y que le dicen que pronto se verán.

Ernesto ya ha crecido mucho, pero no alcanza a comprende por qué la piscina se ha hecho tan pequeña y se preocupa porque no hay espacio para todos los que están por llegar.

Está muy emocionado Ernesto, ansioso por el anunciado encuentro. Cada vez escucha más alegres las voces que le hablan y que dicen que ya quieren estar junto a él.

Ernesto ha despertado repentinamente, siente que le falta el aire, que su piscina se ha quedado sin agua. Una fuerte presión lo obliga a abandonar su hogar y a desembocar en un gran vacio. Aprisiona sus ojos fuertemente, en un intento por impedir que los recién aparecidos rayos de luz lo quieran cegar.

Lentamente Ernesto decide abrir sus ojos, tentado por una dulce voz que le susurra cuanto lo quiere,  cuan esperado fue, pero nada esta nítido aún cuando intenta mirar.

Los ojos de Ernesto se deleitan ahora de las nítidas imágenes que lo rodean y llega a comprender completamente la realidad, se ha mudado a una piscina mucho más grande con otros peces que no paran de hablar, de reír, de cantar.

Aún no comprende bien Ernesto por qué esta nueva piscina esta llena de aire, pero por el momento, solo le preocupa aprender a flotar.

Anabel


Anabel brinca sus 11 años por la acera mientras va a la Escuela. En el recreo ya abandono los juegos infantiles, por hablar con sus amigas de temas pre-adolescentes en el cuartico del fondo.

Anabel con sus 13 años sueña ser la Princesa de alguien, mientras piensa en matinées y los tennis nuevos que se pondrá.

Anabel ahora baja una de las calles del barrio que la vio crecer, vive en una pequeña habitación un poco más arriba de donde siempre vivió con su familia. Sus cabellos son largos, siguen siendo rubio natural, pero descuidados.  Su cutis se ha marchitado por la vida. Del lado izquierdo lleva encajado en su cintura un niño, mientras cuelga de su brazo derecho otro pequeño. Adelante va brincando su hijo mayor, igual que Anabel brincaba la acera a sus 11 años.

Ya no recuerda Anabel cuando tenía 11 años. Olvido que una vez quiso ser princesa de alguien, también el color de los tennis que de antojo un día le compraron.

No recuerda Anabel como termino con un marido en la cárcel y con tres muchachos que alimentar. Olvido ya como su cuerpo aprendió a soportar el peso, mientras cuenta uno a uno cada escalón, de los 120 que debe pisar para llegar a su hogar.

domingo, 2 de octubre de 2011

¿Hace cuanto no te dan un beso?


¿Hace cuanto no te dan un beso?, me preguntaste. Cómo es que un amigo se atreve a preguntar sobre el desuso de mis labios. Cómo osas a cruzar la línea, que aún en la amistad, no se debe cruzar. Sera que llegaste a creer que el  tiempo de confidencias te otorgo licencia para preguntar.

Hay líneas que no se cruzan, preguntas en especial que no se hacen a una mujer. Cada una según sus miedos, se niega a responder sobre ciertos temas, terminando rodeadas de un fascinante misterio que no es tal.

¿Cuantos años tienes? ¿Cual es tu peso? Esas serían preguntas que uno podría esperar y que el común de las mujeres evadiría responder, pero que un amigo pregunte inesperadamente por tu último beso, eso no se podría esperar.

¿Hace cuanto no te dan un beso? Entre amigos es sencillo evadir las respuestas a algunas preguntas. Das un golpe en el hombro seguido de un ¿qué te pasa?, acompañado de alguna frase ridiculizante, buscando neutralizar cualquier segundo intento por volver a preguntar, y en caso de no lograrlo, intentar un último bloqueo subiendo el tono y el ataque, ¡Hay vale! ¡¿Ahora qué te dio?! ¡¿Te hizo daño el sol?!

Una abrupta interrupción ocasionaste en lo que hacia. ¿Hace cuanto no te dan un beso? Me quede inmutada y con la cabeza conmocionada, en la búsqueda de comprender cómo un amigo formula una pregunta que suele tener segundas intenciones.

Te quedaste sin una respuesta. Te di tu merecido golpe en el hombro y adicionalmente te ofrecí unas cuantas cachetadas para sacudirte la idiotez. Seguí con lo que hacia, dejando correr un tiempo prudencial antes de levantarme y retirarme, pensando que así no levantaría sospechas, ni haría evidente mi conmoción.

Continué escribiendo sin poder concentrarme, cuando estaba a punto de lograrlo algún disparatado pensamiento me saltaba. Ahora por qué viene este a hacerme semejante pregunta, pretenderá verme con los dedos contando los años o haciendo restas de ellos en la calculadora. El tiempo que pasaría desempolvando la memoria para recordar mi último beso, traducirlo a una fecha aproximada y convertirlo a una cantidad expresada en años.

Supondrás que no había nada de malo en responder tu pregunta y la verdad es que no lo había, pero la vergüenza propia de una mujer y el mal pensamiento que nunca falta, no me dejaron responder.

Habría cambiado alguna cosa entre nosotros, si te hubiese dicho que hace diez años no me besan. No imagino tu cara al intentar disimular tu sorpresa ante mi respuesta, pero si puedo imaginar lo que ocurriría después.

Una vez enterado de la confidencia, mis labios correrían el riesgo de convertirse en el centro  de tu  atención y hasta en una meta. Las preguntas internas no pararían y serían fuente de constante interrupción entre las cosas que normalmente hacíamos juntos los dos.

Si tan rápido como respondiera se borrara de tu mente, no me importaría darte una respuesta, pero también estarían mis interrogantes. Qué pensabas cuando se te ocurrió esa pregunta o fue el simple ocio de tu mente quien la fabrico. Las cosas por las que te da cuando la pereza te ataca.
 
Ahora que no te respondí, la preocupación es otra. Pensaras que no lo hice por segundos motivos, por intereses guardados en el interludio de nuestra amistad.

Quizás el responder o no, tendría el mismo resultado, el inminente fin de nuestra amistad ante tus preguntas y mis interiores dudas.

Tal vez debí responder cuando preguntaste y luego sonreír por un segundo. Es probable que entonces nada cambiara.

Seguramente ya no pienses más en el tema y sea yo la que este lapidando nuestra amistad.