lunes, 16 de enero de 2012

Federico


Recuerdo bien aquella primera conversación, interrumpida solo por lo tarde de la noche, por el exceso de las horas, lo obligante del día siguiente, aquella exploración en palabras de nuestras vidas ajenas hasta ese momento.

Fue inquietante lo que paso después, y ya entonces debí darme cuenta de que algo no estaba bien. El hecho de que durante el día me vinieran a la mente fragmentos de nuestra conversación, no era normal. Eso ya me lo tenía que haber dicho, que esto no estaba bien. Preferí sosegar la inquietud con el trascurrir de nuestras conversaciones y con el falso convencimiento de que todo era normal.

Y en el avance de nuestras pláticas tú osabas a pensar que eras la inspiración de mis poemas y yo en mi vanidad llegue a creer que algo me decías en cada canción que querías que escuchara. Te toco padecer lo inclemente que puede ser mi sinceridad en algunos momentos, cuando sin titubeos te dije claramente que no eras tú en mis poemas, peor aún el hacerte saber que era alguien más quien me inspiraba.

Tardaste más que yo en darte cuenta de lo que pasaba, una especie de efecto retardado tal vez. Lo descubriste en tus vacaciones familiares, fue lo que pude concluir por lo que ocurrió luego. Entonces te diste cuenta que no era normal que al ver ese paisaje me recordaras, que pensaras en mi, en regalarme una foto de lo que veían tus ojos en ese momento.

Cuando me lo contaste, entendí que tampoco fue normal mi inquietud después de esa primera conversación, pero sobre todo comprendí que ya no se trataba solo de mí y que no era suficiente con mi falso convencimiento, esto realmente, verdaderamente no estaba bien.

Un momento de franqueza, de muchas palabras de un solo golpe y de muy pocas en algunos segundos.

Finalmente lograste dejar marcadas las letras en el papel, no con el color que de seguro habrías preferido. La inspiración es así, no escoge un sentimiento en particular para crear, convenientemente lo aprovecha, sin importar que termine escribiendo líneas agrias y amargas al paladar del dolor.

Entender algunas verdades significa adioses invisibles, pero permanentemente reales.