lunes, 17 de junio de 2013

El Caracol



Crónica de una metamorfosis equivocada




El miro su caparazón de caracol y su interior, y entonces concluyo que era una crisálida. Así que con paciencia subió a la rama de un árbol y espero hasta la muerte a ser una mariposa y poder volar. 




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lunes, 3 de junio de 2013

El ladrón

Ninguna ciudad escapa hoy en día a la inseguridad y la de ella sin duda no era la excepción.

Caracas se había convertido en una de las Ciudades con mayor índice de inseguridad y ella vivía en medio de esa paranoia, preguntándose siempre si a eso se le podía llamar vivir.

Algunas veces hasta el simple traslado a alguna zona cercana se podía transformar en la situación más transcendental de su vida, al solo pensar en el riesgo que representaría el estar presente durante algún atraco en la camioneta por puesto, lo que ella llamaba la ruleta rusa, nadie sabe cuando le tocara.

Muchas veces en la mañana podía salir con un rumbo definido, pero sin decidir cómo llegar a el. Una vez en la calle se dejaba llevar por sus pies, que siempre terminaban dirigiéndola al mismo lugar, el Metro. Conocía muy bien los riegos que esto implicaba, pero estaba dispuesta a cargar con las consecuencias, había pasado tantas veces por ello. Los empujones, pisotones, la presión una vez adentro del vagón permitiéndole apenas respirar, el calor, los malos olores y el mayor de estos, el vértigo al borde la franja amarilla, advirtiéndole que podía caer en cualquier momento.

Eran los riegos que implicaba vivir en una Ciudad tan insegura como esa. No le angustiaba tanto ser víctima de un arrebaton, que según ella se podía limitar a la perdida material y no a la perdida de la vida. Su mayor temor era verse en el medio de una situación en la que pudiese morir. De allí que creyera estar a punto de sufrir de un ataque al corazón, cada vez que los delincuentes de su barrio comenzaban a disparar. El solo pensar que una bala perdida cegara su vida, no la dejaba dormir en paz.

Fue así como su tranquilidad se fue corrompiendo cada vez más. Ella siempre lucho por no dejarse atrapar por la paranoia, porque su vida no se condicionara por lo impredecible, decía que uno debe hacer lo que está a su alcance, actuar con prudencia, pero no dejar de vivir.

Las noches en su calle podían ser llenas de personas conversando, tomando algunas cervezas, pero en otras ocasiones podían ser impredeciblemente solas y eran esas noches las que más temor le producían a la hora de llegar a su casa.

Era un Martes después de la lluvia, un día de la semana en el que las personas suelen recogerse más temprano de lo normal y con la lluvia mucho más.

La boca de la calle se mostraba tan oscura como de costumbre, el preámbulo a lo que estaba por ocurrir. Al alargar la vista no contemplo más que soledad, ni un perro se observaba por el lugar, solo un indigente en una acera, tratando de resguardarse al lado de un carro.

Ella avanzo con sus pasos rápidos, tratando de no correr, ni de dejar en evidencia su temor y cuando intentaba llegar a la parte más clara de la cuadra, justo en la esquina, choco completamente con un hombre y antes de que pudiese reparar en los rasgos de su rostro y de siquiera alcanzar el miedo a invadir su cuerpo, él la sujeto fuertemente del brazo y le robo desesperadamente un beso, tras el cual se fue corriendo. Mientras, ella de pie en la oscuridad presionaba fuertemente sus labios contra su mano, sin llegar a comprender lo que ocurrio.


Fue así como en un instante ella pasó a ser un número más de las estadísticas de la inseguridad de esta Ciudad.