Ninguna
ciudad escapa hoy en día a la inseguridad y la de ella sin duda no era la
excepción.
Caracas
se había convertido en una de las Ciudades con mayor índice de inseguridad y
ella vivía en medio de esa paranoia, preguntándose siempre si a eso se le podía
llamar vivir.
Algunas
veces hasta el simple traslado a alguna zona cercana se podía transformar en la
situación más transcendental de su vida, al solo pensar en el riesgo que representaría
el estar presente durante algún atraco en la camioneta por puesto, lo que ella
llamaba la ruleta rusa, nadie sabe cuando le tocara.
Muchas
veces en la mañana podía salir con un rumbo definido, pero sin decidir cómo
llegar a el. Una vez en la calle se dejaba llevar por sus pies, que siempre
terminaban dirigiéndola al mismo lugar, el Metro. Conocía muy bien los riegos
que esto implicaba, pero estaba dispuesta a cargar con las consecuencias, había
pasado tantas veces por ello. Los empujones, pisotones, la presión una vez
adentro del vagón permitiéndole apenas respirar, el calor, los malos olores y
el mayor de estos, el vértigo al borde la franja amarilla, advirtiéndole que podía
caer en cualquier momento.
Eran
los riegos que implicaba vivir en una Ciudad tan insegura como esa. No le
angustiaba tanto ser víctima de un arrebaton, que según ella se podía limitar a
la perdida material y no a la perdida de la vida. Su mayor temor era verse en
el medio de una situación en la que pudiese morir. De allí que creyera estar a
punto de sufrir de un ataque al corazón, cada vez que los delincuentes de su
barrio comenzaban a disparar. El solo pensar que una bala perdida cegara su
vida, no la dejaba dormir en paz.
Fue
así como su tranquilidad se fue corrompiendo cada vez más. Ella siempre lucho
por no dejarse atrapar por la paranoia, porque su vida no se condicionara por
lo impredecible, decía que uno debe hacer lo que está a su alcance, actuar con
prudencia, pero no dejar de vivir.
Las
noches en su calle podían ser llenas de personas conversando, tomando algunas
cervezas, pero en otras ocasiones podían ser impredeciblemente solas y eran esas
noches las que más temor le producían a la hora de llegar a su casa.
Era
un Martes después de la lluvia, un día de la semana en el que las personas
suelen recogerse más temprano de lo normal y con la lluvia mucho más.
La
boca de la calle se mostraba tan oscura como de costumbre, el preámbulo a lo
que estaba por ocurrir. Al alargar la vista no contemplo más que soledad, ni un
perro se observaba por el lugar, solo un indigente en una acera, tratando de
resguardarse al lado de un carro.
Ella
avanzo con sus pasos rápidos, tratando de no correr, ni de dejar en evidencia
su temor y cuando intentaba llegar a la parte más clara de la cuadra, justo en la
esquina, choco completamente con un hombre y antes de que pudiese reparar en los
rasgos de su rostro y de siquiera alcanzar el miedo a invadir su cuerpo, él la
sujeto fuertemente del brazo y le robo desesperadamente un beso, tras el cual se
fue corriendo. Mientras, ella de pie en la oscuridad presionaba fuertemente sus
labios contra su mano, sin llegar a comprender lo que ocurrio.
Fue
así como en un instante ella pasó a ser un número más de las estadísticas de la
inseguridad de esta Ciudad.
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