No
recuerdo haber disfrutado tanto de pasar por una calle en las mañanas como por
la calle Bogota, mucho menos de camino a la Oficina. Nada comparable a hace un
año en la antigua Oficina, con su lucha libre para bajar del tren y después el
aprisionamiento para subir la escalera y salir de la estación. Luego el
encuentro con la mezcla de buhoneros y caminantes apurados para no llegar
tarde, entre ellos más de un ladrón colado buscando lo que no le pertenece.
Como complemento, los malos olores de la calle y la vistosa suciedad de esta,
causa todos ellos de la menor emoción posible al día. Eso era lo que se podía
ver y oler en el sector. Solo las
escapadas al casco histórico de la zona podían resultar en un oasis un día
cualquiera.
Nada
comparable sin duda con lo que disfruto hoy. Los olores regados de alguna
planta de la época grama recién cortada, algunas ramas recién podadas
aromatizando la basura. El perro moviendo su cola y el anciano podando la parra
mientras su mujer lo observa. Cerrando la esquina el preludio a la realidad, una
pared cubierta de hiedra que no deja ver más allá.
En el
siguiente paso el comienzo de un día más, de ocho horas transcurriendo entre
cuatro paredes, entre ruidos de Oficina y las ganas de escapar.
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