Algunas veces me pregunto Arnoldo, cuánto espacio hay en mi cabeza como para que aún siga imaginando historias, claro también tendría que preguntarme de qué tamaño es tu paciencia como para seguir soportando mi incoherencia.
Aún recuerdo claramente el día que te conocí Arnoldo. Era temprano en la mañana, caminaba con prisa para llegar a tiempo a la Oficina. Las personas te observaban, mientras comentaban que se seguro te habías escapado de algún lugar, pero a mí no me importo. La que se armo ese día en la Oficina cuando no llegue a trabajar.
Como me cambiaste la vida Arnoldo con tu llegada. En casa ya nada fue igual, ni siquiera yo fui la misma después de aquel día. Cuantas peleas tuve con mi madre por tu causa, pero a mi nada me importo.
Llegaste a hacer de mi vida un revoltijo Arnoldo y mejor no hablemos de la habitación. Tus cosas regadas por todas partes, yo siempre recogiéndolas, no sé para qué, revisando que no quedara nada debajo de la cama, como si igual no iba a regresar todo al mismo lugar. Es como si te hubieses propuesto tener tu propio espacio dentro del mío.
Hay Arnoldo, no me gusta pensar en que un día te irás, pero sé que pasara. Un día no estarás para que me entretenga pasando mi mano sobre tu cabeza mientras leo o para que juegues a lamer mi pie mientras veo la tv. Entonces ya no subirás más a mi cama mientras duermo, ni te incrustaras en mis costillas una vez más.
No me gusta pensar en cosas tristes Arnoldo, mejor pensemos en los nombres de tus cachorros porque ya están por llegar.
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