martes, 30 de noviembre de 2010

Marca el reloj soledad





I
Observa con nitidez la vida ajena mientras se dibuja en su rostro una paz interna. Agradecida de la sencillez de su vida y complacida en su soledad, se deleita en un paseo entre arboles a los que no cuenta sus secretos y no se deja atrapar por el viento cuando se envuelve en su frescor de libertad.

II
Marca el reloj la hora, levanta la mochila y mientras llega el ascensor bota la basura. Ahora entre los minutos y el bolsillo la indecisión, entre tomar el autobús o un taxi, la hacen dudar y se detiene a esperar. Los minutos andan y la hora se acaba, el autobús no pasa y no le queda más que tomar un taxi para alcanzar a llegar.

Entre segundos espera, pasa el efecto del antialérgico pero le llega otro malestar. Personas llenan todo el lugar sin encontrar donde sentarse y ella vigila en la pantalla el anuncio de la salida. En la fila chistes de mal gusto rodean pero al fin logra abordar. Ahora en la ventana baja el brazo de separación del asiento, se abriga y no llega a ver la cara del que habla al teléfono, una noche entera durmiendo a su lado pero no se entera de su nombre, de su color de piel, porque no le interesa, como siempre monta con el cansancio de la semana una persiana que no deja a nadie pasar.

El sol amenaza en la ventana, pero a pesar de la advertencia mueve la cortina y saca la cámara. Aún descansa en el asiento y espera el avecinamiento del puente, la presencia del rio esplendoroso y mira a su mano derecha el puesto vacio; pero ella no supo su nombre, ni le importo donde bajaba, era solo un viajante más con el que no quería hablar.

III
Marca el reloj el fin de las horas de dos días, la salida y la espera en la terminal. Al subir encuentra su puesto en la ventana ocupado, mira el boleto y casi sin llegar a sentir pena hace que el Señor se mueva, él ve los números en el techo como esperando que ella ceda, pero no se mueve, sigue de pie esperando por él que entonces se levanta para que ella se pueda sentar, pero ahora no baja el bracillo como de costumbre, no quiere seguir incomodando más.

El cansancio la vence, al menos esta vez supo como era su camisa, fondo blanco, rayas rojas haciendo cuadros, también supo el color de su piel y que sudaba, quería bajar el brazo del asiento pero sintió pena con él, no quiso ser grosera, y no es que pensara mal, es el desagrado de dormir al lado de un extraño, que se vaya a un lado cabeceando, esa mínima posibilidad de que quiera cruzar una palabra que le permita pasar una raya. Pero él no se sintió, no se fue a un lado, no ocupo parte de su espacio, y ella dormida pensó que era el mejor acompañante de viaje que había tenido, la verdad es que ni se entero cuando él de puesto se cambio.

IV
Se sienten en las ruedas la carretera y despierta, algo no le gusta, se mueve y él no está, mira por la ventana la oscuridad tenebrosa, le invade un miedo de paranoia de solo pensar que algo malo este pasando, de esas cosas que hoy en día no faltan, esa ruleta rusa con la que nadie se quisiera tropezar. Mira por la ventana la angosta carretera, las cercas y las terraplenas, muy de vez en cuando una casa se atraviesa, busca señales, algún cartel, algo que le diga en que parte del País esta, hasta que la luz llega y la tranquilidad encuentra, aún sin saber a qué hora llegara.

V
El reloj no avanza, casi rompe la paciencia en larga espera, nada puede hacer ya, no importan las previsiones, los compromisos, los deberes, hasta que el autobús se detiene ¿Qué más podría pasar?

Suben personas y el puesto a su lado se ocupa, se cruzan palabras que saltan los minutos de conversación; ella se descubre sorprendida por sostener más de 30 segundos de plática, esta vez le dio por hablar. Él hace preguntas y ella extrañamente no repara en contestar, y se cuelan segundos de silencios pero los superan los minutos de conversación.

Esta no parece ella, es probable que el cansancio la hiciera bajar la guardia, que le tirara la muralla. No importaron las preguntas, las palabras aprisionadas que parecieron mejor no dejarlas escapar, la premura de un momento, dos extraños que no paran de hablar, marca el arribo la entrada, llega el momento… ¿De un aparente final?, pero ambos sonríen y quedan en un café tomar. Ella regresa del baño, cree que no lo encontrara, pero se equivoca y no lo puede creer, lo ve de pie cerca de una pared en la entrada y esta vez supo el color de su piel, de sus zapatos, pero eso no importa mientras toman el café.

VI
El teléfono no suena, la llamada no llega, corren los minutos con sus segundos para que ella tristemente llegue a descubrir, que ya no le gusta más la soledad.

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