Esa madrugada, cuando apenas despertaban,
la lluvia suavemente comenzó a caer, transformándose rápidamente en un fuerte
temporal, que tras unos treinta minutos comenzó a menguar; entonces, las nubes
furiosas en un acto rebelde decidieron invadir las partes bajas de las
montañas, tan prohibidas diariamente en su existir. Entre la espesa neblina todos corrían,
desorientados chocaban entre sí, caían al río y apresuradamente eran rescatados
por las piedras. Otros eran detenidos y calmados por los árboles, al estos ver
su desespero. Algunos, eran salvados por un colchón de hojas, tras resbalar
y ser tragados por un tobogán de agua y tierra. Los más fatalistas, dieron todo
por perdido, rendidos intentaron ahogar su esperanza con las gotas de agua que caían
de los árboles y la poca lluvia que aún se lograba colar, pero resulto un cometido
difícil de lograr. Mientras, ellos
continuaban abrazados fuertemente y en medio del caos aguardaron a ser salvados
por el sol.