Jorge camina de
regreso de la panadería, mientras no deja de mirar atrás. Lleva las bolsas del pan
y mira, mira, no deja de mirar a atrás.
Leticia, menuda, pequeña,
continua caminando. Cada tres pasos voltea hacia atrás. En la esquina, espera
el cambio de luz del semáforo. Ahora se engancha al brazo de su madre, quien sostiene
a su hermano del otro lado. Con su cara menuda, Leticia mira, mira, no deja de
mirar hacia atrás.
Cambia la luz del
semáforo y Leticia con su madre camina, pero cada dos pasos voltea hacia atrás
e insistente mira, mira, no deja de mirar.
En la esquina, un
extraño observa la escena. Lo ve a él, a Jorge, mientras camina mirando hacia
atrás, cargando la bolsa de pan en la mano. También espera que cambie la luz y
mira a Leticia, colgada del brazo de su madre. Cambia la luz y atraviesa la
calle un poco más atrás que ella, observa a Leticia, la insistencia de su
mirada.
Leticia camina
mirando hacia atrás, mientras Jorge no deja de mirar. Estas no son miradas
desconocidas, son miradas de las 6:30 de la tarde, de cada día al ir a comprar
pan, de cada tarde al regresar al hogar.