“Para alguien tan
especial, que sea capaz de apreciar y valorar la historia que puede encerrar un
lugar, una Ciudad, que aunque perdida entre el progreso, ha logrado guardar en
ella la Historia de un País y de conocidos personajes, pero especialmente
guardar la historia de mi Madre, de mi Abuela, de mis Hermanos, de mis Amigos,
la mía propia.
Soy aficionada a
los cuentos infantiles, fue así como termine leyendo esta sencilla historia,
sin saber que se desarrollaba en un lugar tan familiar para mí, lo que
inevitablemente me introdujo en ella y me obligo a intentar identificar algo
conocido o familiar, sensación que no me abandono durante toda la lectura.
Aquí quedo, 18 de
Febrero de 2009, con la dedicatoria pendiente por completar.”
Así dicta la
dedicatoria escrita en un pequeño libro, quedando intencionalmente un pequeño
espacio en blanco, que esperaba entonces ser llenado algún día.
“Para alguien tan
especial…”, alguien que no llego, que no existió. Existió, sí, pero en su
espacio, en su vida y en la vida de quienes han estado con él; pero él no
llego, no existió, porque todo aquello que Ana soñó, ocurrió solo en su mundo
interior, habitado por singulares personajes unos, por hermosos seres otros.
Cuando Ana leyó aquel
pequeño libro se perdió en sus líneas, y no podía menos que imaginar
compartirlo con él.
La única certeza de
Ana era que un día lo vería, que cuando estuviesen juntos bastaría con una dedicatoria
para hacerle entender que se estaba entregando en pedacitos a él. Desde
entonces Ana guardo pedazos de ella para él. Un acolchado atardecer naranja,
una mariposa con alas de hada, una luna con aura, unos tenues rayos de sol
colados por las hojas, el sonido del bosque, algo del roció nocturno del mar,
algunas frases de una canción. Son muchos los pedazos de ella que Ana guardo
para él.
Ya han
transcurrido tres años desde el “Aquí quedo, 18 de Febrero de 2009…”, el
pequeño espacio en blanco lo sigue estando. Ana observa la portada del libro, se
ha topado con el mientras colocaba los libros en la biblioteca, no puede creer
que se olvidara de el y de la tonta dedicatoria.
La tonta
dedicatoria. A reojo Ana recuerda por qué la escribió, junta los dos ejemplares
del libro, el de ella y el de él (se piensa más tonta aún), y les asigna un
lugar en la biblioteca, pero sus manos no se resisten, sus dedos deslizados por
el delgado lomo retiran nuevamente el libro de su lugar y sus ojos tristes leen
lo que escribió. Era para él, pero él no llego.
“…con la dedicatoria
pendiente por completar.” Después de ese punto, un espacio en blanco dejado de
manera intencional. Ahora los dedos de Ana leen el espacio en blanco, lo
acarician y lloran el vacio fabricado por su corazón.
Hay mil pedazos
de Ana aún guardados para él, almacenados en sus ojos, en sus manos, en su voz,
pedazos bien guardados, escondidos celosamente para él. Pero los años no se
disfrazan, aunque ella así lo cree, el vacio no se cambia de ropa y los pedazos
de ella se pierden en su colección de hojas secas y granos de café.